viernes, 8 de junio de 2012

Pensar asertivamente




Por Gabriel Montiel – Venezuela

    Todos los días tomamos decisiones, tratamos con el prójimo, y de una u otra forma afectamos a los demás y a nosotros mismos. Este interesante tema lo ejemplifico con un cuento de mi autoría.

...

—¡Taxi! —gritó un hombre de traje y corbata, portando un maletín, a las afueras de una importante empresa.

    Rápidamente se detuvo un vehículo cuyo chofer era un señor mayor de semblante tranquilo. El pasajero se subió murmurando algo en son de molestia, pues parece que el asiento no era de su agrado, mas no se atrevió a comentarlo al taxista. Se notaba estresado con el rostro amargo y la sonrisa decaída. El conductor le dio un vistazo por el retrovisor, y de la forma mas amable que pudo preguntó:

—¿A dónde debo llevarle caballero?

—A la calle catorce de Marabella —respondió con tono seco el hombre— y por favor baje el volumen de la radio o apáguela si es posible —agregó haciendo un gesto de hastío con la mano.

—Con gusto la apagaré para que usted viaje más cómodo señor —dijo el taxista poniendo en marcha el vehículo y dejando ver una enorme sonrisa por el espejo retrovisor— hoy es cada vez más difícil trabajar tranquilamente ¿verdad? —agregó.

—Dígamelo a mí, que tengo que lidiar con la incompetencia todos los días —afirmó el hombre aflojando su corbata— quizá usted no lo comprenda bien, pero hay días que provocan poner a todos en su sitio.

—Ah, pero claro que le comprendo —replicó el chofer— a mi me han tocado de esos días; pero resuelvo pensando asertivamente.

—¿Pensando asertivamente? —preguntó escéptico el hombre.

—Si, permítame explicarle —le respondió, quitándose la gorra y ajustando el retrovisor para verle mejor la cara a su pasajero—. Pensar asertivamente es una filosofía que suelo aplicar en el día a día. No tengo una forma teórica para referirme a ella pero puedo ponerle algunos ejemplos. ¿Exactamente que oficio tiene usted?

—Soy el dueño de la empresa de productos químicos —respondió el pasajero e inmediatamente pensó pero sin decirlo <<¿Para qué le dí cuerda? Va a marearme todo el camino>>

—Pues usted como dueño tiene muchos empleados a su cargo y muchos proveedores y clientes… usted presta un servicio, vende un producto. Pero encontrará que a veces los proveedores no cumplen lo prometido, los clientes se retrasan en los pagos y hasta sus empleados parecen holgazanear. Entonces hace llamadas furioso, camina de un lado a otro de su oficina con las manos en la espalda, rompe papeles y documentos en una descarga de ira. Luego hace llamar a los clientes morosos y los amenaza  con no venderles más si no pagan su deuda; y en todo el proceso riega uno que otro regaño entre sus empleados holgazanes. Avíseme si me alejo de la realidad…

—No, va usted muy bien, pareciera que me conoce de toda la vida —dijo el hombre mostrando ahora interés.

—Pero piense… ¿Logra toda esa actitud que los proveedores cumplan, los clientes paguen y los empleados produzcan más?... De ninguna manera, al contrario, tendrá ahora menos proveedores, menos clientes y empleados desmotivados; y de seguir con esa rutina, siempre y cuando un infarto no lo alcance primero, con el tiempo no tendrá siquiera una empresa que dirigir —aseguró el taxista mirándolo por el retrovisor.

—¿Qué debo hacer entonces según usted? —preguntó el hombre.

—Ya llegaremos a eso —dijo el taxista— pero fíjese usted en como seguir aplicando esta filosofía. Al terminar la jornada, tiene usted un humor de perro rabioso, llega a su hogar donde le esperan su esposa y sus hijos; ellos no saben nada de proveedores, ni de clientes… solo esperan ver a su papá y abrazarlo, su esposa espera besarlo y que usted pruebe la cena que le preparó. Cuando abre la puerta, sus hijos gritan de alegría, pero usted los aparta diciendo que está muy cansado y les pide que se callen. Su esposa se queda esperando el beso que nunca le dará porque antes se ha desplomado en el sofá, o se ha ido directo a la habitación. Si sigue en esa rutina… con el tiempo, no tendrá hijos que griten de alegría al verlo, no tendrá una esposa que lo espere con un beso… en fin… no tendrá ninguna familia.

—Bueno, debo decirle con franqueza que todo esto da en que pensar, pero aún no me dice como manejaría estos asuntos según esa filosofía… ¿Cómo dijo… asertiva?

—Pensar asertivamente —aclaró el taxista.

—Exacto, a eso me refiero —asintió el hombre y señalando el camino dijo— cruce aquí a la derecha, ya casi llegamos.

—Como usted diga señor —obedeció el chofer.

—¿Y bien? — preguntó el hombre inclinándose sobre el asiento.

—¿Y bien qué? —replicó el taxista.

—¿No va a decirme cómo pensar asertivamente? ¿Qué debo hacer?

—Pero amigo, ¿cómo voy yo a decirle la manera en que debe usted hacer las cosas? Usted es un gran empresario, seguro ha estudiado mucho. Sabe como debe comportarse un buen gerente, como tratar a sus proveedores, a sus clientes, como hacer que sus empleados se motiven. Seguro sabe lo que debe hacer un buen padre y un buen esposo. ¿Para que voy a decírselo yo? Solo me limito a comentarle las maneras en las que NO debe hacer las cosas. Usted saque sus propias cuentas. Todos sabemos que existe una forma correcta de obrar, de comportarnos, de tratara los demás; pero elegimos muchas veces la fórmula contraria. Detenerse a pensar y tomar la mejor decisión… Es pensar asertivamente.

—Puede dejarme en esa casa, donde están esos arbustos —le indicó el hombre, ahora con un rostro totalmente diferente, y agregó— gracias amigo, que bueno que mi vehículo no quiso encender hoy, usted me ha prestado mucho más que un simple servicio de transporte. Por favor quédese con el cambio.

    El taxista sonrió y se marcho con su filosofía.


...

¿Qué hay de usted amigo lector? ¿Suele pensar asertivamente? 

viernes, 16 de marzo de 2012

Formula matemática de la belleza



Por G. J. Villegas - Venezuela


Recordaba hace poco la lectura de un libro cuyo contenido estaba lleno de teorías interesantes sobre las matemáticas. Presentaba una serie de cálculos, si bien exactos desde el punto de vista científico, muy curiosos dese una óptica menos académica. El libro se titula “El hombre que calculaba” de Malba Tahan.
En uno de sus capítulos se narra un incidente con un militar que solicita ayuda para saber si su prometida era bella o no. Vale hacer la aclaratoria que dicho militar no podía ver el rostro de la chica hasta haberse casado, porque esa era la costumbre en su cultura. Así que el personaje principal de la obra acudió en su auxilio solicitando ciertas medidas de la dama para al final concluir, guiado por un cálculo matemático, que efectivamente era hermosa.

    ¿Existe realmente una formula matemática para la belleza? Pues en realidad en la novela del señor Tahan se hace alusión a la llamada proporción aurea o número áureo. Es una forma de dividir un segmento en dos partes de diferentes tamaños de modo que dichas partes sean simpáticas a la vista. ¿Curioso verdad? Pues al tomar los valores de las partes y encontrar su cociente, el resultado debe ser igual a 1,618. Mientras más se acerque a ese valor el cociente de los segmentos divididos, más bella será la proporción a la vista. Sirva de ejemplo el rostro femenino: si medimos la distancia de la frente a la barbilla, y tomamos como división la altura de los ojos; tendremos dos segmentos de diferentes tamaños. Al dividir los valores podremos obtener un número decimal igual o cercano a 1,618 que nos indicará cuan hermosa es la mujer en cuestión (claro está, la belleza no se mide solo por este atributo, el personaje del libro citado explica que hay otros factores que las personas consideramos como hermosos).


    Estimado lector, seguro encontrará instructivo leer todas las referencias y enlaces aquí sugeridos sobre este tema. Sin embargo no pretendo hacer un estudio avanzado de la geometría en este artículo. Solo busco hacerlo pensar en el principio implicado en este asunto de las proporciones simpáticas a la vista.
Es claro que la proporción áurea tiene muchas aplicaciones en el arte, la construcción y el diseño, pero podríamos preguntarnos si acaso podría usarse este conocimiento en nuestras relaciones con los demás. Les propongo algunos casos específicos, pues cuando hablamos de relaciones humanas, así como con los números, es un terreno de posibilidades infinitas.


    ¿Cuánto tiempo dedicamos a nuestros hijos? ¿A nuestro cónyuge? ¿A los amigos? ¿A los padres envejecidos? ¿Al trabajo? ¿A las diversiones? ¿A Dios? ¿A cuidar la salud? ¿A nutrir el intelecto? ¿A leer este blog? ¿A comer?... en fin. Si trazáramos el curso de nuestra vida y todas las actividades a las que nos dedicamos como un segmento, y lo dividiéramos en dos, es decir, entre las cosas más importantes y las menos importantes, ¿cuál segmento sería el más largo? ¿El de las cosas importantes? ¿Qué actividades estarían incluidas en ese segmento? ¿Qué incluiríamos en el segmento corto? ¿Cómo afectan a los que viven y se relacionan con nosotros nuestra respuesta a estas preguntas?


    Todas las cosas que hacemos, están motivadas por algo. Así que para nosotros todo lo que hacemos tiene una razón de peso. Pero entendemos que no todo a lo que dedicamos tiempo es realmente necesario, algunas cosas las hacemos por puro gusto aunque no nos aporten ningún beneficio concreto. Piense amigo lector por un momento y trate de calcular como ha dividido su vida, ¿puede asegurar que ha dedicado el mayor tiempo (el segmento más largo) a las actividades más importantes y dejado el menor tiempo (el segmento más corto) a las de menos peso? ¿Cumple la forma como ha vivido su tiempo la regla de la proporción áurea? ¿Es el cociente de dicha división igual, o por lo menos muy cercano a 1,618?


    En conclusión ¿estamos viviendo una vida simpática, cuya proporción esté bien balanceada y nos aporte una sana satisfacción tanto a nosotros como a aquellos con quienes nos relacionamos? Quizá descubra que no es así, pero no se desanime, su vida no ha terminado aún. Solo cambie sus prioridades y ajuste el cómo y para qué emplea su tiempo; así se beneficiará de llevar una vida matemáticamente bella.

sábado, 6 de agosto de 2011

Historias y cuentos "El hambriento"

Por Gabriel Montiel – Venezuela

    Sentía la helada caricia del viento y con los hombros encogidos buscaba calor bajo la manta. Un poco de carbón encendido iluminaba tenuemente su rostro, y sobre este reposaba un te el cual hacia girar lentamente con su cuchara, mientras con rostro perezoso apoyaba su mejilla sobre su mano. Su pensamiento, vacilante, era atontado por el sueño. Los ojos se le cierran solos y un rugido en su estomago le recuerda que no debe dormir.


    Se oyen unos pasos, pero el murmullo del viento meciendo las hojas no permite saber de que dirección llegan. Es inútil buscar en la profunda oscuridad de la noche, una suave penumbra deja entrever unas ligeras sombras, pero a pocos pasos; más allá no puede contemplarse nada en lo absoluto. En el intento de ubicar de donde provienen, se cae su manta y un escalofrío se cuela estremeciéndole el cuerpo. Reconoce los pasos, el ritmo con el que un pie sigue al otro, puede hasta imaginar el calzado; sabe de quien se trata, lo ha esperado por largo rato.
    

    Cuando este llega al fin, se ajusta la manta alrededor del cuerpo pero el viento ya no parece tan frio. Está contento de verle, pero no lo manifiesta. El te deja de ser importante y con la mirada fija y ansiosa no pierde de vista las manos del recién llegado quien busca en un bolsillo de su chaleco. Su estomago clama como un león crinado y con el la boca se le hace agua ¿Qué has traído para mí? Se pregunta a sí mismo. El hombre le muestra un trozo de pan. –Es todo lo que pude encontrar. Pero puedes comerlo todo tu solo- le asegura.


    -¡Un trozo de pan!- piensa al tomarlo. – ¡Un miserable y sucio trozo de pan!- se repite a sí mismo mientras lo traga y siente como baja como piedra a su estomago. ¿Para esto ha esperado tanto tiempo? Con mucho trabajo se forma el boceto de una maltrecha sonrisa en su rostro. Ahora el viento es más frio que nunca, el carbón parece estar apagándose. Ya no es un rugido de hambre, sino punzadas dolorosas las que lo golpean. Observa detenidamente como el otro se acomoda un abrigo para dormir tranquilamente, y entonces siente como todo su cuerpo se tensa. Su respiración se acelera abriendo el paso a pensamientos demenciales. -¡Un trozo de pan!- dice ahora audiblemente. -¡Un trozo de pan!- repite con mucha mas fuerza.


    El otro hombre, que empezaba a dormirse, abre los ojos y con una sonrisa inocente, creyendo haberle escuchado, le responde: -De nada- y vuelve a cerrar los ojos. Eso enciende su furia, está decidido a golpearle. Busca alrededor algo contundente y divisa un estuche de cuero pero muy solido, atado a un cordel, que su acompañante había dejado allí temprano en la tarde. Era un estuche grande y pesado. Lo tomo con sus dos manos y acercándose al hombre, alzó el estuche para herirlo. En ese momento el hombre casi dormido, sin abrir los ojos ni saber lo que pasaba dijo: -y si dejaste algo de queso o de leche no los botes, quizá mañana puedan servir-.


    Esto lo detuvo, lo paralizó y cambió completamente su expresión. ¿Queso? ¿Leche?... ¿Dónde?
Miró entonces en el estuche de cuero, el cual resulto ser una vianda llena de queso fresco. Al lado donde consiguió el estuche, estaba otro parecido, pero más suave; ahí estaba la leche.


    Ahora otro dolor lo golpeaba, su conciencia le decía a gritos que era un animal, un mal agradecido, que no merecía nada. Sintió como se le comprimía el corazón. El sueño se fue de el, el frio se volvió punzante. No comió nada en toda la noche, no toco siquiera un poco de queso o bebió algo de leche. Avergonzado, se sentó frente al carbón, se puso su manta, reposó en una mano la mejilla y con la otra siguió meneando el te con su cuchara.

miércoles, 3 de agosto de 2011

Vivir de falacias II

Por Gabriel Montiel – Venezuela



    En Marzo de este año inicié un trabajo que explicaba como algunas falacias y sofismas que intentamos evitar a la hora de redactar, influyen en nuestro comportamiento y forma de pensar. Esa anterior entrada titulada Vivir de falacias ha sido muy visitada, aparentemente el tema en cuestión es bastante investigado; así que les traigo la continuación del escrito donde analizaremos dos falacias mas.


    Apelación por ignorancia o Argumentum ad ignorantiam es un razonamiento engañoso donde se pretende probar que una afirmación es cierta debido a que no se ha podido probar su falsedad. Es muy interesante en verdad, un ejemplo del uso de este tipo de falacia lo encontramos comúnmente en las aulas de clases. El docente explica una lección, pregunta si alguien tiene dudas, y, como nadie responde (usualmente ningún alumno levanta la mano por vergüenza o miedo), entonces sentencia diciendo: -¡eso significa que todos entendieron!- El engaño está en que realmente sabemos que no todos han comprendido la lección.


    Como ven, aplicar esta fórmula no favorece a ninguna de las partes, tampoco es inocua pues hace daño debido a sus consecuencias.


    Petitio principii o petición de principio es una falacia donde se acepta una declaración como cierta antes de demostrarla; dicho de otra forma se utiliza como premisa la misma conclusión que se declara. Un ejemplo de de este tipo de argumento se aprecia en la declaración: -He llegado tarde al trabajo porque no he llegado a mi hora- Puede servirnos para escapar de un regaño del jefe pero ¿En verdad sirve? La realidad es que quedaremos mal parados con este tipo de raciocinio. Debemos aprender a explicarnos con franqueza.


    Quizá alguien quiera probar una idea controversial y para ganar la aceptación, expone una conclusión (basada en esa idea) que aparentemente es innegable, demostrando así la supuesta veracidad de la misma. –El hombre desciende del mono, por esta razón es que nos parecemos a ellos- Esto es una forma de engaño. Cuando tratamos a los demás y basamos nuestras relaciones en este tipo de argumento, estamos siendo poco francos y podríamos rayar en la manipulación (será así si lo hacemos en forma intencional como al usar sofismas).


    Nuestras declaraciones deben fundarse con claridad, demostrar eficientemente lo que queremos probar. Ese grado de eficiencia y claridad debe manifestarse en nuestra vida, sin engaños y manipulaciones. Tal como mencioné en la primer parte de este artículo, no seremos perfectos al aplicar esta filosofía; pero al intentar hacerlo estaremos dejando de vivir de falacias.